martes, 28 de diciembre de 2021

HISTORIAS ENTRE GENEROS

 http://www.ligadecomercio.com.ar/

















Por Prof. Claudia Bursuk    

Entramos a un local de la peatonal Belgrano. Su ambientación nos invita a pararnos, mirar para arriba y lentamente meternos en otro mundo. Mundo de figuras simbólicas que impactan, mundo que no es el tuyo ni es el mío. Colores estridentes, rojos y texturas que atrapan más allá de lo que se venda en el local. Los objetos conviven con las prendas ofrecidas sin molestarse. Tal vez una gran metáfora para estos tiempos.                                                                           Misterio y nostalgia se entremezclan en los objetos cuidadosamente expuestos. No molestan, pero sugieren.

Iniciamos un segmento de esta revista que tiene que ver con los orígenes de las familias que formaron el cuerpo comercial e industrial del partido de Gral. San Martín.        

Para comenzar con la primera entrega, libaneses que en su cuarta generación llevan adelante un negocio de ropa masculina:  Arfuch Indumentaria.

Alrededor de 1910, y después de trasladarse del Líbano a Egipto, y de Egipto nuevamente a la ciudad de origen, llega a la Argentina, José Abdala Harfuch, pero como solía suceder en migraciones de esas épocas, le sueltan una letra al apellido para rematar con otra.                                                                                                                                      Buscando nuevos horizontes José se ocupa primero como empleado de comercio y posteriormente como viajante, ofreciendo telas. Le va muy bien y trae a uno de sus hermanos Michel y a la madre. En principio vivieron en capital Federal.

“Por esos momentos la situación era buena en Argentina, épocas de oro” nos afirma José Arfuch, nieto al cual le hacemos esta entrevista. En los años treinta El abuelo José Abdala y Michel, primera generación de ésta familia en nuestro suelo, ponen su primer local sobre la calle Belgrano de San Martín. El lugar era cerca de la estación de tren del ferrocarril. Más adelante, siguieron al frente los hijos Alfredo, Alonso y Angel. Uno de ellos se apartaría de la sociedad con posterioridad. En los años setenta el negocio se muda al sitio donde se encuentra actualmente, a una cuadra de la plaza.

La madre de José, descendiente de libaneses se llama Myriam Barbatano. Siguió la carrera de odontología, ya comenzada de muchacha. Solo ella, porque las mujeres eran “amas de casa” y también fue la única de la familia con inclinaciones artísticas. Cantaba y ejecutaba la guitarra. Gracias a ella se saben certezas que de lo contrario se diluirían en el tiempo.

La familia, tanto el abuelo, como el tío/abuelo Michel, tenían participación activa en la colectividad libanesa a través de la Parroquia de Villa Lynch Nuestra Señora del Líbano. Colaboraron con su desarrollo.[1] La religión de estos vecinos, era católica, apostólica, romana, maronita.  “Los paisanos, tenían a la parroquia como punto de encuentro.” Se enumeran apellidos como Curi Antún, Curi; Naím; Aguada; Agusti; Vendevere; Agusti; Mokdad, asociados al rubro de las tiendas y de la indumentaria.

Detalle a destacar es que los muros de la Parroquia, fueron pintados por un artista llamado Manuel Shembri, y que, como la Parroquia Santa Ana de Glew que pintó Raúl Soldi, constituyen joyitas del conurbano y están declaradas Monumento Histórico de Buenos Aires. Actualemente se pueden apreciar los muros con la pintura realizada por el artista Luis Corradi, quien se encargó de la restauración.

En la familia Arfuch, solo los hombres intervenían en el negocio. Pero desde chico José dibujó. Se formó en talleres de pintura y actualmente asiste a uno de fotografía. Al dibujo  suma el lenguaje de las esculturas blandas. El rojo es su recurso. Color provocador según él, es también un leguaje por sí solo. Los dibujos afloran visceralmente. Con la materia tiene una relación intuitiva y aplica la técnica que requiere cada una de ellas. Se sirve de lo que tiene alrededor sin un proyecto determinado. En general trabaja espontáneamente. 0pina que las herramientas que dan las escuelas de arte son valiosas, aunque muchos piensen que limiten la soltura en el hacer. Sus objetos abstractos y sus esculturas de peluche nos meten en la expresión plástica contemporánea.                                                                                                           En cuanto a gestión, es artífice junto a Adrián De Andrea, cliente de la casa Arfuch y a Mariana Colotta  de la galería de arte contemporáneo RAF, primera de gestión privada de San Martín.                                                                                                Hoy se cuenta con un espacio para muestras pictóricas Y performáticas, con curaduría de Federico De La Puente. Seminarios, activaciones, intercambios. Un subsuelo para presentaciones de bandas, obras de teatros. Sello editorial y apuntan a seguir creciendo.

Agradecemos a José Arfuch y sus mundos, que son: el negocio, el arte y su familia, su esposa Alejandra Lambertti, sus hijas, quienes lo apoyan en todas las actividades que encara.                                                                                                Se han hablado de varias cosas en éstas líneas. Inmigración, patrimonios culturales, y un detalle no menos importante: Arfuch decidió pedirle a una muchacha de la Feria Municipal Manos, la cual hace ropita para muñecas, que le haga un atuendo para uno de sus peluches. Todo se encadena. Lo artístico da trabajo y genera recursos hasta llegar a las manos de alguien que, con su máquina doméstica, da forma a una fantasía de un mundo posible para que el hombre no deje de soñar.

 

 

 



[1] El 11 de septiembre de 1932 en Villa Lynch nació esta parroquia gracias al Padre Manuel Ashkar. Construida por él para que sea "Casa de Dios, Casa de Todos". Dirección: Republica del Líbano 4031 Villa Lynch, Buenos Aires, Argentina

CIERTAS,...HISTORIAS

 








                   

Autora: Claudia Bursuk

Estas crónicas fueron escritas entre los  años 2016 al 2021                           

 

- Los inmigrantes

 

Las fundas de los trajes frenaban nuestro andar, cuando chocaba con los portones que tuvimos que ir atravesando. Uno de ellos era de hierro forjado con arco de medio punto. El otro, sumamente bello, como muchos de los que anticipaban las hermosas construcciones perdidas por demolición, de la ciudad de Buenos Aires. Estructura era de madera, con arco tudor en la parcela superior y compartimentos vidriados.El edificio de estilo ecléctico era hermoso, aunque penosamente modificado en su arquitectura a través del tiempo.

La Av. Rivadavia lo vió nacer allá por el año 1910, cuando el arquitecto Brogi, lo diseñó para el Club Ciclistico que se trasladaría del barrio de Recoleta en sus orígenes de 1898, al barrio de Caballito.

Este Club Italiano, se vestía de fiesta como todos los dos de junio desde el año 1946, fecha en que fue derrocada la monarquía de la Casa de Saboya para dar lugar a la "República".

Se organizaba un almuerzo con espectáculo tradicional incluido. Los mármoles de las escalinatas brillaban. Sería una noche de gala.

El “palcoscenico” armado estaba firme. Era lo primero que se verificaba, pues las polkas friulanas y las tarantellas del sur que soportaría, podrían hacer tambalear a cualquiera. Como aquella vez, en que, en uno de los tantos pueblos que recorríamos para ofrecer nuestras danzas tradicionales del folklore del inmigrante, se quebró. La placa de aglomerado del escenario se partió y una pareja menos tuvo en su haber la coreografía, hasta terminar la actuación. El agujero fue tan grande que pudo hacer desaparecer como por arte de magia a los bailarines, sin que el resto, ni el público, se percatara de lo sucedido. Son anécdotas de esas que no pueden contener nuestra risa al recordarlas.

Pero si bien el escenario del Italiano era firme, no era lo suficientemente grande para albergar a diez parejas de bailarines. La orquesta arriba y los danzantes abajo. Esa fue la disposición determinada por los directores.

El lujo y protocolo del lugar no condecía con el escaso servicio de catering, asignado para nosotros. Solo una, si, solo UNA jarra de agua y unos pocos vasos plásticos descartables, pedidos en varias ocasiones para sofocar la próxima hora y media de saltos, y corridas que requería el espectáculo.

La experiencia en el Club Italiano de Rivadavia, era la antítesis de la Asociación Calabresa, iglesia de San Otto, en el conurbano bonaerense donde también íbamos a bailar para las fiestas patronales. Allí, los humildes inmigrantes nos daban lo que no tenían. Las lasagnas después de la actuación era nuestra perdición. Eran infaltables, y después del almorzar continuábamos bailando con la gente al son de los acordeones.

En ése lugar fue la primera vez que tomaría conciencia de lo que representábamos para ellos nuestras actuaciones con el grupo. Todo cobró un especial sentido cuando vi correr una lágrima del recuerdo sobre la piel arrugada del tiempo. Una mujer muy vieja, con atuendos de otras épocas, clavaba su mirada sobre nosotros. La vi transportarse a otra época. Vi su pollera negra elevarse por los aires para hacer un viaje de nostalgia sin retorno.

Creo que fue cuando comprendí para que bailaba folklore italiano. Podía haber sido folklore de cualquier otra colectividad. Tengo descendencia de moldavos y rusos en 2° grado por parte paterna, españoles en 2° grado y 3° grado italianos por parte materna.

Las circunstancias hicieron que mi madre me llevara a los ensayos del GFI ya que los mismos se desarrollaban en una Sociedad de San Martín donde en el primer piso ella cursaba el profesorado de idioma italiano. Hija del argentino capitalino Francisco Torchia, siempre añoró a su padre fallecido cuando ella tan solo contaba con seis años.

Tito, como le decían, era militante del partido comunista, de la Union Obrera Textil. Hijo de Gregorio Torchia, cuyo certificado de arribo a América, cuenta su procedencia de Génova en el buque Nord América, un 22 de febrero de 1885, con 20 años, jornalero y católico.

Con el tiempo se casó un 30 de enero de 1897, con otra inmigrante llegada a la Argentina el mismo 1885, pero ella con cuatro años de edad y en otro buque: el Regina. La bisabuela se llamaba María, vino con sus papás, José Carabetta e Isabel Pignata, agricultores de Salerno, Italia.

Llegan a Buenos Aires decidiendo abandonarla pronto para radicarse en el sur de la reciente población de Atte. Brown. Compran su vivienda ubicada en la calle Bouchard, casi plaza Azopardo a su propietario, Don Esteban Adrogué. ¡Segunda escritura firmada en el partido de Brown, ratifica que poblaron Adrogué, no solo por pioneros sino porque tuvieron 22 hijos! Cinco veces mellizos.

En una oportunidad se realizó una fiesta con sus cinco generaciones y se juntaron 266 familiares.

Hicimos una visita al Museo, donde está aún la foto de nuestros ancestros y otros recuerdos de familia. Se prosiguió después con el almuerzo y allí también bailó el Grupo de Folklore, pero esa, es otra “Cierta Historia”.

 

- La Militancia

De la militancia del abuelo Francisco no nos queda mucho.

Un volante con membrete UOT Adherida a la C.G.T. del año 1941, en pleno ejercicio de la presidencia del país del radical descendiente de vascos Roberto Marcelino Ortíz, nos anuncia:

-” A los textils y vecinos de Dique Luján / CONFERENCIA en el Almacén BORDOLI Y PARRA. 1° de mayo a las 9:30 horas

OBREROS, VECINOS: La Comisión Directiva de la Unión Obrera Textil tiene el agrado de invitarles al acto de conmemoración de la fecha de los trabajadores. Harán uso de la palabra los compañeros Hiriberto GarcíaFrancisco Torchia, una compañera de la Comisión Femenina del Sindicato y un representante de la Confederación General del Trabajo. CONCURRID TODOS!!”-

 

 

Después, solo recuerdos de la memoria prodigiosa de mi madre, la cual se encapricho en saber de su padre tan admirado y querido por todos, que dejó este mundo a los 33 años, a raíz de una enfermedad terminal.

En una foto del diario de la unión telefónica “La Hora” y del socialista “La vanguardia”, se ve su cortejo fúnebre, y el cajón llevado por su amigo Meier Kot, compañero sindicalista de la textil y casualmente socio de negocios del barrio de Villa Lynch, de uno de los nueve hermanos de mi papá, el tío Enrique. Se ve era una persona reconocida y nosotros no lo sabíamos.

En un libro de Torquato Tasso figura su nombre.

Su sobrina Alicia Bucci Torchia, lo recuerda de éste modo en un escrito:

Tito fuel único de esa familia de 10 hermanos que tenía una biblioteca, pequeña pero explosiva”.

Allí supe quienes fueron Tolstoy, Dostoyewsky, Dante, Marx, Palacios, y me di cuenta que el mundo no era la nube rosa en que nos amparaban cuando chicos. En esos libros conocí la injusticia, el hambre y la libertad. Supe porque muchos no estaban de acuerdo con él; que significaba anarquismo y socialismo. En esa época no se diferenciaban mucho uno del otro, pero quien era socialista era un rebelde que defendía el derecho de vivir de su trabajo y con él conseguir decentemente su techo y su pan.....recuerdo su dormitorio limpio y ordenado, donde en todo se mostraba la mano de Mercedes -(mi abuela) – la muchacha bonita y callada que hacía primores con la el hilo y la aguja. Un día, supe qué era el amor al ver como se iluminaban sus ojos al verlo llegar a Tito. ...Tenía un porte noble, lo que hoy llaman clase, que le salía de adentro y le asomaba a su mirada increíblemente clara formando surcos en su hermosa frente...era un ser especial...Cuando lo descubrí a él yo tenía 13 años, y era el germen de mujer que ya se preguntaba por qué y para qué era la vida. Ahora que soy vieja, me doy cuenta que ella está hecha de pequeños momentos que al pasar el tiempo se agigantan. Como los que pasé en la calle Habana, bajo el emparrado del patio, comentando y discutiendo los libros que me prestaba. Aquel Ana Karenina que saque de su biblioteca sin permiso, y cuando supo que lo entendía fue en busca del segundo tomo, ya sin enojo en su mirada cómplice. Aquellos libros fueron los eslabones de una cadena d amor y amistad que nada tenían que ver con los lazos familiares. Ni tío, ni sobrina......”

 

-La Bajada

 

Mi madre, como las de muchos bailarines acompañaban a sus muchachos para ayudar con los preparativos del espectáculo del club italiano. En ésta oportunidad se haría el repertorio completo: sur y norte de Italia. Se utilizaría mucha utilería. Canastas con flores, bastones y faroles para una danza con tinte tirolés, que describe como los campesinos subían y bajaban en otras épocas las montañas de los Alpes italianos. En Cortina D´Ampezzo, podría ser imaginariamente la situación de la escena a contar. Las luces del ambiente se apagarían para en ese momento encenderse la de los farolitos que nos transportan con su magia al relato.

Esta oportunidad fue muy especial. Mi madre me ayudaba a empujar la funda abultada debido al vestuario y al fin traspasamos los dos portones descriptos. Siguiendo el camino hacia arriba que la escalera del hall definía como única opción, llegamos al corredor que separaba el salón mayor de los camarines.

Allí, de golpe mamá se quedó quieta, inmóvil y emocionada.

Repetía: -la bajada, ¡la bajada...! -

La bajada del piso pensé, hacía que sufra mareos... pero ese no fue el motivo. Fueron los mareos de la vida que bajaban en cataratas de recuerdos.

La bajada que transito con mucho cuidado para no caerse, con sus pequeños pies de cuatro años envueltos con zapatos Guillermina blancos, era la misma que pisaba en ese momento.

Ese era el lugar donde un sábado a la noche, había estado con su padre.

Recordó las incógnitas que siempre tuvo sobre el motivo por el cual llevarla a un sitio tan paquete donde las señoras lucirían sus largos vestidos de gala que la rodearían.

Esa noche mamá llevaba un vestido de lanilla amarilla acompañados por dos moños en la cabeza los cuales el abuelo hizo sacar antes de salir de la humilde casa del barrio de Devoto, donde vivían. También hizo sacar de sus uñitas, el esmalte que la vecina de al lado no tuvo mejor idea que pintar, en pos de colaborar con el evento.

Era un baile de los sindicalistas. El buen mozo del abuelo, recibía la visita entusiasta de todas las damas y elogiaban a la pequeña María Elena. Mi abuela Mercedes fue siempre, la encargada de la confección impecable de todos sus vestidos. Su oficio de modista se lo permitía.

Las músicas de grabaciones de orquesta ya se escuchaban. Dirigiéndose al guardarropa para dejar los abrigos y sombreros se podían ver los grandes cortinados de terciopelo rojo con borlas de seda dorada.

La tarima estaba preparada. Ese día iría la recientemente formada, orquesta del Maestro Pugliese.

Recordó el viaje en el ómnibus 66 x Av. San Martín hasta J.M. Moreno y Rivadavia. El puente desde donde se veía el Hospital Alvear, el cual el papá indicó, sin decirle que allí había fallecido su mamá, cuando él tenía ocho años.

Otra vez, la orfandad provocando vacíos, que en ocasiones puede recuperar la bajada de un edificio, unos cuántos recuerdos atravesados en él y el arte, contándonos las mínimas historias verdaderas. Bellas, emocionantes, hacedoras de cultura, reflejo de un momento histórico. Quehacer artístico comprometido que invita a reflexionar y a hacer de él una militancia.

A través de mi abuela materna Mercedes, no solo se revelan en mí las artistadas sobre tarimas, haciendo comedias musicales, teatro, títeres y danzando folklore italiano y tango.                                                                                                    Papá estaba de novio con mamá. Era el año 1953 y el destino de la Luna de Miel sería La Falda.

Casualmente, cuando mamá tenía doce años, fue a vacacionar con sus tíos Juan y Carmen a esa ciudad, en la provincia de Córdoba. Paraban en la Hostería José Manuel Estrada. Como el tío andaba mal de los pulmones, sus primos Paco y Porota Meroño (la recordada madre de Plaza de Mayo) recomendaron ese paraje, cuyos dueños Joaquín Tur y Doña Pepa, eran como ellos, militantes anarquistas.                                                                                                                                            Muchos años después, al ver una foto tomada de esas vacaciones de mi mamá, mi padre exclama:

-Oh!!! ¡Allí estuvimos nosotros con CARTEL! - Y en el mismo verano…

Cartel, era una Compañía de teatro independiente anarquista que se hospedaba en la hostería para hacer la función en un club de La Falda. Los integrantes, todos amigos y algunos conocidos por mí: Pibe Rudaeff; su futura mujer “Mina”.[1] Mi tía Raquel y Lidia Bursuck, tía Lidia Bursuk. (de la cual llevo mi segundo nombre), Jaime Bursuk; Samuelito; Aroon; Olga. De Avellaneda Enrique Bianchi “Quito”, su hermano Héctor; Juancito; Carlos López, quien después se casó con la tía Lidia y años posteriores a su muerte, rehízo familia con tía Nelia Bursuk, también integrante de la Cía.

Nasso  era el director general, y con su esposa Josefa adoptaron a  Marta y a su hermana.[2]  Marta, a su vez se casaría con mi tío Jaime.                                                                                                                       La compañía ensayaba en la calle Arengreen , barrio de Paternal. Era la casa de mi tía abuela Teresa, quien se ganaba la vida recibiendo pensionistas en su casa grande de Capital Federal.                                                                                    Pibe, uno de los integrantes de la compañía alquilaba una pieza allí, por lo que fue él, enlace para que se pudieran pasar las obras a representar.

Mi madre tuvo también su minuto de fama.                                                                   En la obra que se realizaba en El Casal de Cataluña, “Nuestra Natacha” de Alejandro Casona, la tía Aida tenía que subir a decir su texto: -Llegó María-. Pero Aida no pudo asistir. Así que María Elena, que ya estaba noviando con papá (Marcos Bursuk) pasó de encargarse junto al tío Noé Bursuck de los registros administrativos del grupo de amigos, a subir al escenario para el tan trabajoso texto.

Cuando digo los temas administrativos me refiero a las actividades recreativas que realizaba el grupo junto a otros amigos, yendo a una isla del Tigre. En una foto de salida a una quinta de Bernal, se los ve a una treintena de jóvenes, en su día de domingo. También asistían a la Biblioteca José Ingenieros.

Papá tenía repetidas como seis fotos de cada una de esos días, para repartir entre compañeros, pero mi madre tiró las repetidas y amplió algunas para que “él tenga” al igual que ella, sus recuerdos.

Esa noche del debut y despedida de mamá de los escenarios porteños eran épocas de Perón y estaba todo prohibido según ella. Después de la función salieron los cuarenta anarquistas integrantes de la compañía y también amigos, caminando tranquilos por las calles poco iluminadas. Solo una bombita en cada esquina.El Casal estaba cerca de la Estación de trenes Constitución y la zona estaba llena de policías. Mi tía Nélida salió delante de todos cantando “Hijos del Pueblo” sin importarle que casi los llevaran presos. Al fin, fue callada por sus compañeros sin dejar por eso, su habitual impronta rebelde en la urbanidad nocturna.

 

 

FIN

 

 



[1] Mina “era hija de Raquel, una señora muy fina casada con Boris, un provinciano chaqueño, (pero bueno he) que después se separa y se casa con un doctor en filosofía llamado Gorodischer. Feo, petizo y horrible” Testimonio 2020.Audio 3.

[2] -“Que eran dos morochitas” testimonio 2020

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